Siempre
soñé con recorrer el mundo. Con vivir en otros lugares fuera de Venezuela para
ampliar mis conocimientos, conocer nuevas personas y culturas. Con aprender
nuevos idiomas, pagar en otras monedas y por qué no, casarme por ahí cerca de
la Torre Eiffel, aunque muchos de los que me conocen sepan que odio la palabra
amor y todas sus ramificaciones sentimentales. Y no es que sea enemigo del
querer, es que trato de vivir sin motivos que alimenten la tristeza.
Hoy
quiero compartir con ustedes una etapa en mi vida que me genera un flahsback
emotivo en mi memoria. Una fecha como hoy, 6 de agosto, pero del año 2014,
llegué a Santiago, Chile. No fue el viaje definitivo para vivir aquí, sino la
antesala para comenzar el camino de la inmigración. Ese rocoso laberinto del
que cada vez más se suman muchos sin poder encontrar el retorno hacia la
felicidad.
Mi
viaje desde Caracas hasta aquí fue por tres días. Casi nadie sabe esto, pero
hoy se los cuento. Ese año el desespero se apoderó de mí y comencé a apostillar
hasta la licencia de conducir. Cuando tenía todo listo, las aerolíneas que
quedaban en ese entonces comenzaron a vender los boletos en dólares. Para los
que no saben, mis amigos del mundo, en Venezuela nadie tiene acceso a la moneda
americana desde que, en el 2003, el más ilustre rencoroso de nuestra historia, lo
prohibiera. La única posibilidad de obtenerlos, era demostrando con un boleto
aéreo que viajarías a otros país y por ende, el gobierno debía activar cierta
cantidad de dólares a tu tarjeta de crédito para que no te murieras de hambre y
te acordaras que de ellos dependías.
Entonces,
un gran amigo al que hoy y siempre recordaré con gran estima, me ofreció su
ayuda. Él era trabajador de una de esas aerolíneas que quedaban activas en el
país. Uno de los beneficios por pertenecer a la empresa, era la posibilidad de
viajar con amigos y familiares, varias veces al año a los destinos dispuestos
por la compañía. Me dijo: “tengo posibilidad de que viajes a dos destinos:
México o Chile”. Mientras lo pensaba, me advirtió: “pero con dos condiciones:
yo tengo que viajar contigo y el viaje no podrá tardar más de tres días porque
debo volver a trabajar”. Ahí entendí el mensaje: necesitaba tener un pasaje
para demostrarle al gobierno que necesitaría dólares.
En
ese momento, ya no eran cinco mil por persona, lo habían reducido según el
destino. En el caso de Chile, el máximo era de $ 1.500 a través de la tarjeta
de crédito, y otros $ 500 en efectivo. Mi amigo me dijo: te voy a emitir el
boleto para que así te activen el dinero en la tarjeta y puedas comprar tu
pasaje definitivo a Chile. “Tú no te puedes quedar allá y yo devolverme solo
porque se supone que el viaje sería por placer y en los aeropuertos chequearán
que tú estés conmigo”, seguía explicando mi amigo.
Así
fue todo. Presenté mi boleto ante el banco, éste fungió como mediador con el
Banco Central de Venezuela y en unos días tenía la aprobación de los dólares.
Solo restaba esperar la fecha y hacer el viaje relámpago a Chile, para comprar
mi pasaje a Chile. ¿Muy chévere esta vida que nos ha tocado gracias al
socialismo, no?
Cuando
llegué a Santiago, un gran amigo que me regaló la universidad nos recibió en su
casa. En ese momento todo era tan diferente que ahora. Mirar entre la multitud
algún tricolor con sus estrellas era algo novedoso. La alegría por encontrarnos
con uno de los nuestros era grande. Hacía más frío que ahora y hasta la cordillera
estaba más nevada. ¡Ni hablar del proceso en extranjería! Era tan rápido como
lo es ahora para el que llega con la generosa Visa Democrática para Venezolanos.
Volviendo
al cuento, porque me empiezo a ir por otras ramas; en una oficina de Avianca comencé
a decidir la fecha en la que abandonaría físicamente mi país, en la que me
desprendería de mi carrera y de mi familia. De esos sueños de los que les hablé
al principio, porque aunque sí he viajado, conocido nuevas personas, nuevas
culturas y pagado en otras monedas; el objetivo final era regresar a mi país
para darle todo lo que aprendería afuera. Inciso: ese momento va a llegar y
está muy cerca. No sean incrédulos, se acordarán de mí.
Ya
estaba decidido: el 5 de septiembre sería la fecha para el retorno definitivo.
Un mes era suficiente para finiquitar algunos trámites y poder disfrutar de
esas calles que me vieron jugar pelotica de goma, béisbol con guantes rotos y
bajar mangos desde cualquier árbol para comerlos con sal, vinagre, adobo y
salsa inglesa.
Era
una cuenta regresiva de la que hoy hablamos muchos. Lo demás, ya es historia
conocida. Hoy, quiero dar las gracias a esos genios de Facebook que nos obliga
a mantener en nuestras mentes una gran frase: prohibido olvidar.
Gracias,
Dios. Gracias, Chile. ¡Y que viva Venezuela, mi patria querida!..
PD.: Decidí Chile por ser un país más pequeño y suponía que habían más posibilidades de trabajo que en México. Y gracias a Dios, ¡me ha ido del carajo! 🙌