jueves, 20 de noviembre de 2014

Retorno obligado

Hace cuatro años, cuando apenas continuaba oliendo a lápiz y cargado de libretas para escribir mis apuntes universitarios, tuve la idea de crear este espacio. El hambre por la escritura me lo pedía. Era inevitable no saciarla.

Yo era estudiante, aún no imaginaba lo que venía. Tampoco entendía el origen de muchas cosas. Siempre tuve la idea de vivir nuevas experiencias. Mi filosofía de vida se ha centrado en la inmensidad de este planeta. ¡Tantos países! No concebía la idea de permanecer todos los años en uno mismo.

Hoy, tengo título de licenciatura, un carro propio llegó a mis manos, mis padres siguen sumando años de matrimonio, nacieron cuatro sobrinas y una pequeña gran experiencia laboral que, en poco tiempo, ha sido fructífera por demás.

En cuatro años han ocurrido muchas cosas. Resumirlas, sería un poco utópico, pues la memoria no sería capaz de guardar tanto, y más si el resumen lo integran recuerdos no muy gratos, políticamente hablando. Pero aquí nadie vendrá a imponer líneas editoriales.

En conclusión, soy periodista, esos de los que no callan por un sueldo, o como llamamos en Venezuela: “un quince y último” (por la forma en cómo se devenga el salario mensualmente). De mi país me fui este año. La situación política terminó de “empujar” la idea que tenía desde muy chamo, pero bajo otras condiciones. Salí casi como un exiliado, buscando desesperadamente otro lugar donde vivir con tranquilidad, esa misma que los que hoy nacen, crecen sin conocerla.

A partir de ahora retomo este espacio, desde Chile. Una tierra que me recibió con los brazos abiertos y a la que, le prometí entregarle gran parte de lo que mi nativa me enseñó. Comenzaré por volver a publicar mi último escrito en Venezuela, antes de subir al avión, desde el Aeropuerto Internacional Simón Bolívar, en Maiquetía, hoy conocido como "el aeropuerto del adiós"...

Es momento de partir. Hoy me subo a otro tren. Diferente del que venía viajando desde hace 24 años. No será el mismo destino, tampoco el mismo chofer. Los compañeros de asiento siguen ahí, aunque algunos se han bajado a mitad de camino.
El grupo los divido en indecisos y decisivos. Todos tendrán sus razones. Para el tren que abandono rezaré un Padre Nuestro y un Ave María; mi mayor anhelo es que retome su camino y le permita a sus pasajeros vivir un viaje placentero, libre de infracciones y repleto de libertades.
Al tren se le comenzaron a romper las ventanas hace años, pero muchos creyeron que ello representaba el inicio de una reestructuración; otros pensaron con visión de futuro: sabían que era el comienzo de un camino rocoso que poco a poco se carcomería la carrocería del transporte.
Así ha sido; el tren ha perdido puertas, compartimientos, pantógrafos, faros, luces, y un centenar de personas con un espíritu que luchaba incesantemente por recoger las piezas que iban cayendo, para volver a armar el ferrocarril. No todo el mundo ayudaba, muchos prefirieron seguir el camino con el riesgo de que el tren se descarrilara. ¡Con tal!, lo importante era llegar, sea como sea. Yo no pude seguir ahí.
Mi intuición y una merengada de sentimientos (como diría un gran amigo), vencieron al espíritu esperanzador que intentó confiar en el chofer, en sus ganas por ofrecer el mejor servicio, en manejar como debía ser.
A los que se quedaron, no los juzgo. A los que se bajaron, les aplaudo. Posiblemente tomará tiempo adaptarse a una nueva butaca, a otro grupo de compañeros, a otros cuentos de caminos. Pero lo más seguro es que el nuevo tren sea más confortable, igual que en algún momento lo fue el que hoy abandono, y no lo sabía.
Hoy mi corazón está arrugado y mi garganta no aguanta más el estrangulamiento que produce el llanto. La esperanza por volverme a subir no la pierdo, pero será cuando retome su camino y todos los pasajeros alcen sus voces para solicitar un cambio de chofer, porque seguro estoy que el error está frente al volante. Feliz viaje, mi mismo, desde el aeropuerto del adiós…