lunes, 2 de febrero de 2015

Te lo juro, yo no estoy exagerando

Foto: Google.
“No lleves tantas cosas para ti. Lleva para ellos”, ese fue el consejo que recibí de una compatriota que vive desde principios del 2014 en Chile, el mismo país que me acogió cuando decidí irme de mi patria; esa que agoniza tras la golpiza gubernamental que día a día recibe por resistirse a un sistema que, hoy es inaplicable en alguna nación del planeta. La frase de ella me llamó la atención. La dijo segundos después de que le contara que iba a viajar a Venezuela a visitar a familiares y amigos; y al mismo tiempo para resolver un problema personal.

En un principio, creí que se refería a zapatos, ropa y perfumes de marcas; productos cuyos precios en Venezuela están por encima de las nubes, parecen inalcanzables. Es casi imposible comprar como antes, tener un closet con prendas de diferentes colores, combinados como si viviéramos en un país con las cuatro estaciones climáticas.

Gabriela viajó a Venezuela en diciembre pasado. Tenía ocho meses separada de su familia y días antes de partir desde Santiago, me contaba (y se le notaba) que estaba emocionada por verlos. Quería abrazar a su mamá, a su abuela, a sus hermanos. Pero también anhelaba ver de cerca lo que diariamente leía en las noticias. Su viaje fue corto. El 1 de enero regresó a Chile, aún traía en la espalda el abrazo de fin de año que le estrecharon sus parientes. El calor caribeño todavía estaba en sus maletas.

De Venezuela se trajo una alegría enorme por reencontrarse con los suyos, pero una tristeza aún más grande por lo que había visto allá. “Yo dejé hasta las toallas sanitarias”, me contó durante una conversación entre paisanos que, como otros que vemos fuera de nuestras fronteras, se disponen a hablar siempre de lo mismo: política. Y es que, históricamente los venezolanos hemos sido tan ajenos de la emigración, que cuando vemos a uno de los nuestros en otro país, nos emocionamos; tratamos de sacarle conversación para saber de qué ciudad es, cuánto tiempo lleva, qué profesión tiene y cómo le ha ido. Eso parece un patrón, sucede diariamente.

Seguía conversando con Gabriela y entre su exposición de motivos, removió nuevamente mi tristeza. La sacó a flote y se adueñó de mí por un momento más. “Las cremas de las manos se las dejé a mis primas, ellas veían eso como si fuese oro. Los jabones, los delineadores, el desodorante y la acetona para las uñas…todo lo personal quedó en Venezuela”. Mi idea por comprar ropa y artículos tecnológicos para algunos de mis familiares, se desvanecía. Eso ya no importaba. Más que un regalo, era un lujo y nadie estaba para eso.

Yo estoy fuera de Venezuela, pero aunque esté lejos, siento que sigo allá. No hago colas para comprar nada; salgo de noche sin temor con mi celular en mano; contesto las llamadas y respondo los mensajes de texto dentro de un autobús o el metro. Sin embargo, hay algo que tienen los demás y a mí me falta: mi familia. Una cosa compensa la otra; pero para alentarme un poco, Gabriela remató su relato diciéndome: “Te lo juro, yo no estoy exagerando”.



1 comentario:

  1. Así es kervin tu amiga gabriela no exagera cada día nuestro país va peor, ya no hay respeto al derecho ajeno, no hay respeto hacia los abuelos haciendo sus colas para comprar un poquito de café "si es que lo consigue", los mercados grandes cada vez que les llega mercancía se los venden por las puertas de atrás a los policías, y dejan a la comunidad sin nada, da doloor como las madres corren cuando escuchan llego pañales en algún mercado, tu abuela reniega a diario por que le falta su guarapito en la mañana, en fin tantas cosas que no alcanza el tiempo para contar, esperemos en DIOS esto mejore, toda VENEZUELA ORA, el pueblo tiene miedo, todos tenemos miedo a lo que pueda venir... espero y anhelo verte pronto te quiero mucho DIOS TE BENDIGA

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